Independencia

Independencia en Argentina en Argentina

[aioseo_breadcrumbs]

Definición de Independencia

Según el concepto de Independencia que brinda el Diccionario de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales de Manuel Ossorio, Independencia hace referencia a lo siguiente:

Libertad o autonomía de gobierno y legislación de un Estado en relación con cualquier otro (según la definición proporcionada por el Diccionario Enciclopédico de Derecho Usual). En el Derecho Político y en el Internacional, la independencia constituye uno de los elementos esenciales del Estado. Sólo cuando éste es independiente, puede ostentar su plena soberanía.

Independencia en la Historia Argentina

Visión General

En Argentina, el movimiento de independencia comenzó en 1806–07, cuando los ataques británicos contra Buenos Aires fueron repelidos en las dos batallas conocidas como la Reconquista y la Defensa. También fueron importantes allí, como en otras partes de la América española, las ramificaciones de la intervención de Napoleón I en España, a partir de 1808, que sumió a ese país en una guerra civil entre dos gobiernos rivales, uno creado por Napoleón, quien colocó a su propio hermano, Joseph Bonaparte. en el trono, y el otro creado por las juntas patrióticas en España en nombre del exiliado Fernando VII y ayudado por los británicos. En la mayor parte de la América española hubo simpatía general con la regencia, pero ambas reclamaciones fueron rechazadas, principalmente debido a que existía un interregno y, por lo tanto, según los antiguos principios de la ley española, los dominios del rey en América tenían el derecho de gobernarse a sí mismos en espera de la Restauración de un rey legítimo.

Esta opinión fue sostenida en Argentina por los criollos (criollos; europeos nacidos en Argentina) en lugar de por los inmigrantes (“peninsulares”) españoles, y fue puesta en práctica por el cabildo de Buenos Aires, o consejo municipal. Esta antigua institución española había existido en todas las colonias desde el siglo XVI. Sus poderes eran muy limitados, pero era el único órgano que había dado experiencia a los colonos en el autogobierno. En emergencias, se convirtió en un cabildo «abierto», una especie de reunión de la ciudad, que incluyó a miembros prominentes de la comunidad. El 25 de mayo de 1810 (ahora conocido como Venticinco de Mayo, el día de la revolución), un cabildo tan abierto en Buenos Aires estableció un gobierno autónomo para administrar el Virreinato del Río de la Plata en nombre de Fernando VII, en espera de su restauracion. Cuando Fernando fue restaurado en 1814, sin embargo, quedó virtualmente impotente en España, que permaneció bajo la sombra de Francia. Una asamblea representando a la mayoría del virreinato se reunió en San Miguel de Tucumán y el 9 de julio de 1816 (Nueve de Julio), declaró al país independiente bajo el nombre de Provincias Unidas del Río de la Plata.

Varios años de duros combates siguieron antes de que los realistas españoles fueran derrotados en el norte de Argentina. Pero siguieron siendo una amenaza desde su base en Perú hasta que fue liberado por José de San Martín y Simón Bolívar en 1820–24. El gobierno de Buenos Aires intentó mantener la integridad del antiguo virreinato del Río de la Plata, pero las partes periféricas, que nunca fueron controladas efectivamente, pronto se perdieron: Paraguay en 1814, Bolivia en 1825 y Uruguay en 1828. El resto del territorio— lo que ahora constituye la Argentina moderna, estuvo frecuentemente desunido hasta 1860. La causa raíz del problema, la lucha de poder entre Buenos Aires y el resto del país, no se resolvió hasta 1880, e incluso después de eso siguió causando insatisfacción.

Autor: Black

José de San Martín

Siempre se nos ha enseñado que (…) nació en Yapeyú el 25 de febrero de 1778. Sin embargo, trabajos de José Pacífico Otero, autor de una de las obras capitales sobre la vida del Libertador, demostrarían que fue en el ’77, pues su hermana María Elena nació en el ’78.

Es bien sabido que, después de una breve estada en Buenos Aires, la familia se traslada a España y a los seis años José comienza su educación en el Seminario de Nobles, para ingresar posteriormente como cadete, a los doce años de edad, al regimiento de Murcia. La solicitud está fechada el 1.º de julio de 1789. Mitre recalca que el uniforme de Murcia era celeste y blanco, quizá como premonición del camino que seguiría su vida.

A los trece años de edad —todavía un niño— combate en Melilla y luego en Orán, donde la plaza permanece sitiada y sufre de hambre e insomnio por treinta y siete días. En el momento en que los niños dedican su tiempo al colegio y a los juegos propios de la edad, San Martín da los primeros pasos en su largo camino junto al esfuerzo y al sufrimiento. En 1793 es incorporado al Ejército de Aragón y luego al de Rosellón, comandado por el general Ricardos, brillante estratega que combatía la invasión de los franceses. Es de destacar que sus hermanos Manuel Tadeo y Juan Fermín han sido incorporados a otros regimientos y combaten del mismo modo al invasor.

No es muy conocida su experiencia de marino que dura poco más de un año. El regimiento de Murcia, al que pertenece, es embarcado en el buque La Dorotea en febrero de 1797 y cae prisionero de los ingleses en julio del ’98. Una vez más, su vida está signada por privaciones y penurias propias de aquella época, con alimentación deficiente y pésimas condiciones de higiene. Es muy posible —no existen pruebas fehacientes— que, por ese entonces, haya tenido los primeros contactos con las nuevas ideas revolucionarias originadas en la Revolución Francesa, al mismo tiempo que aprende algunas lecciones de matemática y dibujo.

En 1804 lo encontramos en Cádiz por primera vez y es ascendido a capitán segundo. Es importante resaltar que Cádiz era un puerto de gran tráfico marítimo, inclusive con las colonias del Nuevo Mundo. Había pues, como es lógico, gran intercambio de ideas. Aquí surgirían, después, las primeras células de las logias y las sociedades secretas.
En 1805 pasa al regimiento de Murcia a las órdenes del general Castaños. En 1808, en Madrid, sobreviene el histórico movimiento de la rebelión española contra Napoleón y, como consecuencia, participa en las batallas de Arjonilla en junio del mismo año, donde ocurre un hecho similar al de San Lorenzo en que fue auxiliado por el sargento Juan de Dios, y en la de Bailén un mes después cuando, por su coraje y arrojo, es ascendido a teniente coronel y recibe una medalla de oro recordatoria.

En ese mismo año de 1808, cuando regresa a Madrid, comienza a sentir molestias respiratorias calificadas como asma y dolores imprecisos atribuidos a reumatismo. Las enfermedades del general San Martín han sido estudiadas por varios autores, entre ellos Adolfo Galatoire y Mario S. Dreyer. Sin embargo, creo que el análisis científico del profesor Federico Christmann, de la Facultad de Medicina de la ciudad de La Plata, es el más cercano a la realidad. Sostiene que el proceso pulmonar grave padecido a los treinta años por este oficial joven y sano debe catalogarse como un cuadro neumónico o pleuroneumónico sin relación con la herida sufrida en el pecho en el año 1801 y no precisamente como de origen tuberculoso pues se recupera en pocos meses, después de estar bajo licencia con goce de sueldo.

A fines de 1809, a su pedido, fue destinado nuevamente al ejército de Cataluña al mando del general Coupigny. Dos años después pasa a Cádiz, y participa el 15 de mayo en la batalla de Albuera entre los ejércitos franceses derrotados por las fuerzas aliadas de Inglaterra, España y Portugal al mando del general Beresford —¡el mismo que cinco años antes se había rendido en Buenos Aires!—.

Pero no son las actuaciones militares los hechos más destacados de esta estadía en Cádiz. Ya dije que este puerto era de real significación por el intenso intercambio no solo de mercaderías sino de ideas y noticias, incluyendo las de América. Aquí se publicaba el Semanario Patriótico que, con seguridad los americanos, y entre ellos San Martín, leerían. Así, en el número editado el 21 de febrero de 1811 se expresaba:

“…¿qué hay que extrañar en los movimientos de los americanos? Al cabo de trescientos años de un régimen de hierro, razón es que se acuerden de que son hombres, y que aspiren a elevarse al grado de felicidad que la naturaleza les señala. Los campos feracísimos que los rodean están sin cultivo, las ciudades sin industria y sin talleres, los puertos sin comercio y sin navíos. La Madre Patria, que con mano igual debía dispensar sus dones, abre todos los tesoros de la prosperidad al europeo, y los cierra duramente al americano. Para aquel son las luces, la civilización, los honores, los empleos; para este el abandono, la ignorancia, la degradación y el olvido… ¿Cuáles son las demostraciones de atención que da la metrópoli a aquellos pueblos? Enviar virreyes que los insulten con su fasto y soberbia; magistrados que los tiranizan con su dureza y sus injusticias; empleados de todas clases, que sin ningún pudor los devoran. Contemplad, añaden, esa raza de hombres infelices a cuyos abuelos arrancasteis el dominio del país; y a quienes en cambio con las leyes más benéficas habéis querido favorecer y acariciar en vuestros códigos inútiles. ¿Qué han ganado en ello? Lo mismo que nosotros. Examinad su población desde los tiempos de la conquista hasta los tiempos presentes y hallaréis una disminución espantosa. Los pocos que restan, envueltos en la ignorancia más crasa, degradados con un tributo servil y personal, sumergidos en la miseria más deplorable, apenas se diferencian en inteligencia y facultades morales de los brutos que sirven a vuestro recreo. ¿No es tiempo ya, europeos, que luzcan mejores días a estos climas desventurados?

”Al oír estas últimas quejas, parece que levantándose del polvo que los cubre, y mostrando su frente ensangrentada el fiero Moctezuma y su faz lívida el inocente Atahualpa, vienen a quejarse a la tierra de la fiereza inhumana de sus terribles vencedores. Mas no son ellos, no son sus descendientes, no son tampoco sus pueblos los que así hablan. Son, ¿quién lo creyera?, los nietos de los fundadores del dominio español en aquellos parajes, los de sus primeros pobladores, y los de los emigrados españoles que bajo la protección, las leyes y el gobierno de la metrópoli, en diferentes tiempos se han trasladado a ellos. ¿Por qué especie de prodigio político o moral la causa de estos disidentes está tan de antiguo identificada con la del indigente americano? ¿Cuáles son las quejas que los criollos en calidad de tales tienen que alegar contra Pizarro, Dávila y Cortés?”.

Muy poco se diferencia de lo expresado por Bolívar en la famosa carta de Jamaica en septiembre de 1815:
“La posición de los moradores del hemisferio americano ha sido, por siglos, puramente pasiva: su existencia política era nula. Nosotros estábamos en un grado todavía más abajo de la servidumbre; y por lo mismo con más dificultad para elevarnos al goce de la libertad.

”…Los americanos, en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo y, cuando más, el de simples consumidores; y aun esta parte coartada con restricciones chocantes: tales son las prohibiciones del cultivo de frutos de Europa, el estanco de las producciones que el Rey monopoliza, el impedimento de las fábricas que la misma Península no posee, los privilegios exclusivos del comercio hasta los objetos de primera necesidad, las trabas entre provincias y provincias americanas, para que no se traten, entiendan, ni negocien; en fin, ¿quiere usted saber cuál era nuestro destino? Los campos para cultivar el añil, la grama, el café, la caña, el cacao y el algodón, las llanuras solitarias para criar ganados, los desiertos para cazar las bestias feroces, las entrañas de la tierra para excavar el oro que no puede saciar a esa nación avarienta.

”… el lazo que la unía a la España está cortado… más grande es el odio que nos ha inspirado la Península que el mar que nos separa de ella…”.

Opiniones concordantes son vertidas por O’Higgins el 20 de noviembre de 1817: “…Como si la naturaleza hubiese adjudicado los ricos frutos del Nuevo Mundo exclusivamente a la Península, la política del S. D. Fernando VII se empeña en alejar de estas costas la industria, las luces y la comunicación del resto de nuestros semejantes y estrechar el sistema colonial hasta esclavizar el pensamiento en las cárceles de la Inquisición…”. También por San Martín en carta al conde de Castlereagh el 11 de abril de 1818: “Es sabido —añade— la conducta que los españoles han guardado con sus colonias: sabido es igual el género de guerra que han adoptado para volverlas a subyugar. Al siglo de la ilustración, cultura y filantropía, estaba reservado el ser testigo de los horrores cometidos por los españoles en la apacible América. Horrores que la humanidad se estremece al considerarlos, y que se emplea con los americanos que tenemos el gran crimen de sostener los derechos de la voluntad general de sus habitantes: en retribución de tal conducta los hijos de este suelo han empleado los medios opuestos”.

Bastaría con solo mencionar los principales impuestos aplicados por España: encomenderos, mita, Bula de Cruzada, media anata, mesada eclesiástica, subsidio de galera, el diezmo, el quinto, cobos, Almojarifazgo, de Corso o Avería, Lanzas, penas de cámara, de puertos, bodegas y pasos reales, etc. Sugiero leer entre otros La ciudad indiana, de Juan Agustín García, para profundizar conocimientos sustanciales de la colonización española. Recordemos además que el tránsito de los mares estaba reservado exclusivamente a embarcaciones españolas.
No obstante estar prohibido vender, imprimir y traficar en América libros sin licencia del Consejo de Indias, bueno es tener en cuenta por ejemplo que en la primera biblioteca pública de Buenos Aires, que funcionaba desde 1794 y a la que el obispo don Manuel Azamor y Ramírez donara dos mil ciento tres volúmenes, se podía encontrar, además de libros de teología, volúmenes de filosofía, derecho, historia y geografía, sin excluir obras de Montesquieu, Voltaire y Rousseau. Lo mismo ocurría en Chuquisaca, donde los futuros doctores leían sigilosamente a los filósofos europeos de avanzada. Recordemos también que Mariano Moreno tradujo el Contrato social de Rousseau, que Nariño hizo lo mismo en 1794 con la Declaración de los derechos del hombre y de los ciudadanos y Belgrano con el Farewell Address de Washington.

Es indudable que el hecho más trascendente que ocurre en Cádiz es la incorporación de San Martín a las logias, que tanta importancia tendrán posteriormente en la Gesta Libertadora y que se originaran en Londres, a través de Francisco de Miranda, esparciéndose por Europa, principalmente por España y Francia. Si bien el primer precursor de la independencia americana fue el ex jesuita Juan José Godoy (uno de los tantos expulsados en 1767, nacido en Mendoza el 10 de julio de 1728 y quien, junto a otro ex jesuita, el arequipeño Juan Pablo Viscardo, prepara el terreno en Londres después de haber pasado por España), es indudable que cabe a Miranda la tarea fundamental de la organización y planificación de las logias en sus cuatro estadías en Londres en 1785, 1798, 1801 y 1807. Se establece allí la sede de la Gran Reunión Americana a través de la cual sus integrantes se prometen trabajar por la independencia de América juramentándose —como anota Mitre— a “no reconocer por gobierno legítimo de las Américas sino aquel que fuese elegido por la libre y espontánea voluntad de los pueblos y de trabajar por la fundación del sistema republicano.”

Hay que enfatizar que Miranda remarcaba la necesidad de trabajar por la independencia americana libre de todo dominio extranjero, a pesar de sus relaciones íntimas con los gobernantes ingleses de quienes solo esperaba ayuda y no deseos de conquista. Así, por ejemplo, lo deja estampado en carta que remite al Cabildo de Buenos Aires el 24 de julio de 1808, después de la Reconquista y la Defensa contra las tropas británicas: “En estos eventos he tenido la doble satisfacción de ver que mis amonestaciones anteriores a este gobierno en cuanto al impracticable proyecto de conquistar o subyugar nuestra América, no solo fueron bien fundadas, sino que repeliendo V.S. con heroico esfuerzo tan odiosa tentativa ofrecieron al mismo tiempo la paz y amistad al enemigo; bajo la honrosa condición de una sólida y libre independencia. Hecho tan glorioso, como memorable en los anales del Nuevo Mundo; y un monumento inmortal para el pueblo y magistrados de la ciudad de Buenos Aires…”.

Es indudable que Miranda poseía una personalidad muy particular, claramente resumida por Piccirilli cuando sostiene: “Es el propulsor por antonomasia de la libertad de los dominios españoles en América. Se ha aproximado a dialogar de sus propósitos con los grandes de los Estados Unidos de Norteamérica; ha bregado tenaz, una y otra vez, con los cancilleres y los lores británicos para hacer considerar sus proyectos; se ha armado soldado de Francia revolucionaria y ha llegado a ser mariscal de sus ejércitos. Ha recorrido todas las regiones de Europa para conocer a sus hombres y estudiar sus instituciones. Ha pasado por Rotterdam y Amsterdam; se ha detenido en Prusia para observar la organización de su ejército; ha cruzado Sajonia y se ha apeado en Viena. Viajero infatigable, se ha asomado a Constantinopla; ha gozado los paisajes soledosos de Italia y el cielo diáfano de Grecia. En sus marchas y encuentros constantes, ha tenido interlocutores cautivantes y poderosos; en Potsdam ha platicado con Lafayette en una fiesta; en un recibo de París ha conocido a Napoleón que decía de él que era ‘un Quijote, con la diferencia de que no estaba loco’. En el escudriñar afanoso ha recogido el elogio de hombres prominentes como Jeremías Bentham, que le escribía: ‘Ojalá viva Ud., mil años, por la gracia de Dios’, y ha gozado de la privanza deslumbrante de la emperatriz Catalina II de Rusia. Cruzado, ha sido saludado por la victoria en los campos de batalla y ha padecido luego bajo el terror de Robespierre. Caballero del mundo, en París, allá en el barrio de las Tullerías, en la calle San Florentín, ha gustado de la comodidad y las luces de la fiesta, y ha tenido también su ‘affaire de coeur’. Amigo de madame de Stäel y dedicado a las ‘musas y a las gracias’, amó los libros y fue filósofo a punto tal que, penetrando en su casa, el visitante pudo, en verdad, creer que estaba en Atenas, en la casa de Pericles.” Es interesante destacar, como lo especifica su biógrafo William S. Robertson, que: “Proponía investir con el poder ejecutivo a un descendiente de los Incas, al cual se daría el título de ‘emperador’ y cuyo cargo sería hereditario. El poder legislativo se atribuiría a un congreso, cuya Cámara alta, o Senado, se compondría de cierto número de senadores o ‘caciques’ vitalicios, elegidos por el emperador entre los ciudadanos que hubiesen desempeñado cargos importantes. Los miembros de la Cámara baja, llamada ‘de los comunes’, serían designados por sufragio popular, por un plazo de cinco años, y podrían ser reelegidos. Su persona sería inviolable durante su mandato, salvo en caso de crímenes capitales. Los jueces federales los nombraría el jefe del ejecutivo, eligiéndose entre los miembros distinguidos de la magistratura. Sus funciones serían vitalicias, y solo podrían ser exonerados como consecuencia de un juicio por prevaricato.” Es decir un tipo de monarquía constitucional semejante a la que años después Belgrano propone sin éxito al Congreso de Tucumán.

Poco a poco se van incorporando a la logia, además de un grupo importante de ex jesuitas, O’Higgins todavía adolescente; Carlos Montufar, Bejarano y Rocafuerte de Ecuador, quien llegaría a presidente; José C. Valle, jurisconsulto de Honduras; Pedro José Caro, de Cuba; Servando Mier de México; Antonio Nariño y Pedro Fermín de Vargas de Nueva Granada; Simón Bolívar y Andrés Bello, de Caracas; San Martín, Alvear y Zapiola del Río de La Plata; Carrillo, de Lima; Padilla, de Cochabamba; Iznardi, de Guatemala.

Precisamente con estos decididos americanos, es que el precursor constituyó en Londres en 1797 la Logia de los Caballeros Racionales con el subtítulo de Logia de Lautaro, como resultante de La Gran Reunión Americana. El subtítulo perduró con el tiempo (¿llevaría intrínseca la idea del cruce de los Andes?), ramificándose en Cádiz, Buenos Aires, Mendoza, Chile y Perú. Progresivamente se establecieron relaciones con los “amigos del pueblo de París”. Es indudable que todas poseyeron características masónicas similares a la Gran Logia de Londres.
Es este un tema que, a pesar de haber sido tratado en profundidad por diversos autores, sigue hoy discutiéndose la mayoría de las veces, a mi entender, por falta de conocimientos. Se acepta que las logias existieron pero no se acepta su carácter masónico, en particular por la mayoría de los católicos practicantes. Basta con revisar la correspondencia entre los héroes de la independencia, para darse cuenta de que su arquitectura fue definitivamente masónica. Así, por ejemplo, O’Higgins escribe el 17 de marzo de 1819 a San Martín: “Anoche se resolvió 0-0 que nuestro amigo don Manuel Borgoño salga hoy mismo con toda diligencia a convenir con V. varios puntos de que dicho amigo instruirá a V. verbalmente.” Dos días después, en otra carta le dirá: “…estoy aguardando su resolución y graduar mi contestación conforme a ella y de la 0-0 que esta noche se reunirá.” Es lógico pues aceptar lo expresado por Ernesto Palacio: “La mayoría de sus miembros eran masones practicantes, empezando por San Martín y Pueyrredón, según testimonio de don Vicente Fidel López que tenía motivos para saberlo.” Por otra parte las memorias del general Tomás de Iriarte son taxativas en cuanto a la existencia de la masonería y la participación de San Martín. Además, Otero nos refiere la existencia de un documento numismático: la medalla diseñada por el escultor Jean-Henri Simon por encargo de la Logia masónica La Parfaite Amitié en Bruselas en 1825, al instalarse en esa ciudad el Libertador, que reproduce al general San Martín, de perfil, en una de sus caras. Esta medalla, que prueba la participación de nuestro héroe en la masonería, está incluida en el libro de Bonifacio del Carril Iconografía del general San Martín, publicado en 1971.

Cabe al padre jesuita Guillermo Furlong la importante contribución de recalcar que la antítesis masonería-religión católica solamente tiene justificación a partir del año 1884, cuando León XIII dicta su encíclica Humanum genus bajo el título de Secta Massonum. Antes de este documento, la Iglesia Católica solo había condenado algunas organizaciones de tipo masónico por su carácter decididamente antirreligioso. Esto no ocurría con la Logia Lautaro, de carácter fundamentalmente político y militar. Así se explica que algunos de sus miembros pertenecieran a la Iglesia Católica, particularmente en América.

Veintiocho años más tarde, el 11 de septiembre de 1848, San Martín en carta al mariscal peruano don Ramón Castilla certifica su iniciación en la Logia Lautaro y su decisión de participar en las gestas emancipadoras: “Usted me hace una exposición de su carrera militar. A mi turno, permítame le dé un extracto de la mía. Como usted, yo serví en el Ejército español en la Península, desde la edad de trece a treinta y cuatro años, hasta el grado de Teniente Coronel de Caballería. En una reunión de americanos en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestros servicios en la lucha, pues calculábamos se había de empeñar.”

Alberto Palcos nos recuerda que, en la logia, San Martín tomó el nombre de Arístides, el gran ciudadano griego que se eliminó del mando del ejército para que Milcíades pudiera ganar la batalla de Maratón. ¿Sabía entonces San Martín que correría el mismo destino en Guayaquil? Cuando en 1811 San Martín penetra por primera vez en aquella casa de Londres, situada en Grafton Street 27, Fitzroy Square, encontrándose con Andrés Bello, Luis Méndez, Servando Teresa Mier, Alvear y Zapiola, su destino quedaba definitivamente amalgamado al de las logias.

Autor: Cambó

1 comentario en «Independencia»

  1. Dentro de mis lecturas, ocupa un lugar preferencial el general don José de San Martín, con quien durante largos años hemos estado dialogando a través de diversos libros, folletos y artículos. El análisis cuidadoso de su vida, a mi entender, demuestra que la gran mayoría de los argentinos —civiles y militares— no la conoce en profundidad y, por el contrario, en infinidad de ocasiones San Martín ha sido y es utilizado para defender intereses bastardos, en especial a través de comparaciones y paralelismos, tratando de justificar desviaciones perniciosas de nuestro pasado lejano y reciente.

    Responder

Deja un comentario