Virreinato del Río de la Plata

Virreinato del Río de la Plata en Argentina

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Virreinato del Río de la Plata, entidad político-administrativa establecida por España en 1776, durante su dominio colonial en América, que comprendía los territorios de Buenos Aires, Paraguay, Tucumán, Potosí, Santa Cruz de la Sierra, Charcas (Alto Perú) y Cuyo, constituyendo una vastísima área ocupada en la actualidad por los estados de Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, el sur de Brasil y una franja en la costa tropical de Chile, y cuya existencia tuvo lugar hasta la independencia de aquellas tierras respecto del poder español, en el transcurso de las primeras décadas del siglo XIX.

El establecimiento del nuevo virreinato debe entenderse como un intento de dar fuerza y cohesión a las tierras del sur del continente americano, amenazadas por las ambiciones expansionistas de británicos y portugueses. Se trataba de consolidar las fronteras con el Brasil meridional y frenar los avances de los portugueses, que alcanzaban ya las costas del Río de La Plata, así como de acabar con la presencia permanente de embarcaciones británicas en las aguas del Atlántico sur y del Pacífico, atraídas por el contrabando, la riqueza pesquera de estos mares y la revalorización de la ruta del cabo de Hornos.

Entre 1774 y 1776, el gobierno del rey español Carlos III se mostró decidido a tomar medidas resolutivas. El conflicto en los territorios brasileños de Rio Grande con los portugueses y la sublevación de las colonias angloamericanas (la guerra de la Independencia estadounidense), que distraían la atención de los británicos, crearon la coyuntura adecuada. Se organizó una gran expedición destinada a zanjar el viejo litigio de límites entre las posesiones españolas y portuguesas (en el cual, la colonia del Sacramento venía desempeñando un protagonismo esencial) y se puso al frente de ella a Pedro Antonio de Cevallos, quien, además del mando militar, recibió provisionalmente, el 1 de agosto de 1776, el título de virrey. En marzo de 1777 consiguió la rendición de la isla de Santa Catalina y en junio ocupó la colonia del Sacramento.

A pesar de los éxitos obtenidos, la campaña fue suspendida por la firma del Tratado de San Ildefonso (1 de octubre de 1777), por el que España aceptaba la soberanía portuguesa en la franja sur de Brasil, pero, a cambio, se le reconocían sus derechos en el Río de la Plata, el Uruguay, el Paraná y el Paraguay, así como en sus territorios adyacentes. Acabada la contienda y consolidada la demarcación, Cevallos fue sustituido el 27 de octubre en el cargo. En su breve paso por el virreinato, Cevallos había dejado su impronta en algunas medidas económicas y comerciales que favorecieron a la ciudad de Buenos Aires frente a la de Lima (capital del virreinato del Perú), y en sus recomendaciones a la metrópoli para establecer un Tribunal de Cuentas y una nueva audiencia en aquélla. En noviembre de 1777, ya fuera del cargo, recomendó la perpetuidad del virreinato en una carta dirigida al secretario de las Indias José de Gálvez, en la que señalaba: “Es el verdadero y único antemural de esta América, a cuyo fomento se ha de propender con todo el empeño…, es el único punto en que ha de subsistir o por donde ha de perderse la América meridional”.

El nuevo virreinato, que había nacido de la fusión de grandes y muy variadas regiones, se estructuró con rapidez y según los principios del reformismo llevado a cabo por la Casa de Borbón, precisamente, para dar cohesión, armonía y rentabilidad a la integración de tan diversas tierras. El 28 de enero de 1782 se promulgó la Ordenanza para el establecimiento e instrucción de intendentes de Ejército y Provincia en el virreinato de Buenos Aires. Sus 276 artículos regularon la justicia, la administración, la Hacienda y la guerra y estructuraron el territorio en intendencias. Con la de Puno, que pasaría en 1796 a depender del virreinato del Perú, componían el virreinato del Río de la Plata las siguientes intendencias: Buenos Aires, con Santa Fe y Corrientes y los territorios del río Uruguay, bajo la denominación de intendencia general de Ejército y Provincia; Córdoba del Tucumán, que comprendía las ciudades de Córdoba, La Rioja, Mendoza, San Juan y San Luis; Salta de Tucumán, que abarcaba Salta, Santiago del Estero, Tucumán, Jujuy y Catamarca; Potosí; Paraguay; Cochabamba; Chuquisaca; y La Paz. Los territorios fronterizos con las posesiones portuguesas, esto es, Montevideo, Misiones, Moxos y Chiquitos, constituyeron gobernaciones militares bajo la jurisdicción directa del virrey. Los intendentes tenían autoridad sobre las cuestiones de justicia, policía, guerra y Hacienda, en tanto que los gobernadores sólo tenían facultades en los asuntos de guerra, policía y justicia.

Además de la ordenación del territorio en intendencias y gobernaciones, fue muy importante para el virreinato la creación en 1783 de la audiencia de Buenos Aires —que ya recomendara en su momento Pedro Antonio de Cevallos— a cargo de Juan José Vértiz. Aunque la Cédula fundacional del alto tribunal se expidiera en abril de 1783, en tiempos de Vértiz, su funcionamiento real no comenzó hasta agosto de 1785, con la llegada de los componentes que la integraban, siendo ya virrey Nicolás del Campo, marqués de Loreto. Componían la audiencia el virrey como vicepresidente, un regente, cuatro oidores y un fiscal, que también asumía la función de protector de indios.

El incremento del comercio y del tráfico de navíos en la zona reclamaba medidas para su adecuada regulación, así como para el control de la recaudación impositiva. En primer lugar, se crearon las aduanas de Montevideo y Buenos Aires, y, más adelante, por una Real Cédula de enero de 1794, se erigió el Consulado de Buenos Aires, que tenía principalmente dos finalidades: administrar justicia en las cuestiones mercantiles y proteger y fomentar la producción y el comercio. Si con la creación de la audiencia, Buenos Aires había consolidado su posición de capital y de núcleo rector del virreinato, con la instalación de la aduana y del Consulado y con la eliminación de las trabas comerciales que siempre había sufrido, la capital bonaerense se convirtió en un gran puerto exportador e importador y en el centro distribuidor de un amplísimo mercado. Esta situación marcó el predominio del litoral sobre el resto de las provincias del interior del virreinato. Asimismo, supuso el liderazgo de Buenos Aires en las grandes rutas comerciales que unían la capital portuaria con Lima y con Santiago de Chile.

La guerra de 1796 contra Gran Bretaña tuvo hondas consecuencias para el tráfico transatlántico español. La crisis también afectó al intercambio comercial del Río de la Plata, tanto en el volumen de las importaciones como en el de las exportaciones. Para tratar de paliar esta situación, en 1797 se permitió el tráfico con países neutrales. Embarcaciones de diversas nacionalidades arribaron a las costas rioplatenses —no siempre para comerciar legalmente— y se recuperaron la actividad comercial y las recaudaciones de la aduana. En 1806, los británicos emprendieron una inesperada incursión que ha pasado a ser conocida como las invasiones inglesas al Río de la Plata. En junio de ese año, atacaron Buenos Aires y, tras la fuga del entonces virrey Rafael de Sobremonte, ocuparon la ciudad, cuya reconquista se consiguió el 12 de agosto de 1806 a manos de las tropas lideradas por Santiago Liniers y Bremond. Insistentes en sus objetivos, los británicos emprendieron una segunda incursión que culminó con la toma de Montevideo el 3 de febrero de 1807. El cabildo de Buenos Aires presionó para obtener la destitución de Sobremonte, se otorgó la jefatura militar a Liniers y la audiencia se responsabilizó de los demás asuntos del gobierno.

Tras un nuevo y fracasado intento de asalto a Buenos Aires, los británicos firmaron la capitulación el 7 de julio de 1807, que implicó su abandono de Montevideo y la retirada de sus fuerzas del territorio del virreinato. El transcurso de estos hechos provocó dos consecuencias fundamentales para el futuro del virreinato del Río de la Plata: el afianzamiento de Liniers, quien se convertiría en el próximo virrey, y el poder político adquirido por los criollos, cuya participación en las milicias había sido decisiva. Tras la invasión de España por los franceses, la Junta Central (el organismo creado en España para coordinar el gobierno y la lucha contra las tropas de Napoleón I Bonaparte) designó en 1809 a Baltasar Hidalgo de Cisneros como sustituto de Liniers en el cargo de virrey. Comenzó entonces una complicada maraña de acciones y rivalidades políticas entre diversos grupos y secciones. Los enfrentamientos entre españolistas e independentistas y la oposición entre los partidarios del poder centralizador de Buenos Aires y los defensores de las autonomías locales y provinciales caracterizaron este periodo, inmerso en el más amplio proceso de emancipación de las colonias españolas en el continente americano.

El Congreso de Tucumán, que había iniciado sus sesiones el 24 de marzo de 1816, proclamó finalmente la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata el 9 de julio de 1816. [1]

Detalles

La decisión de crear un cuarto virreinato fue el resultado del deseo del rey Carlos III de descentralizar el gobierno de su imperio hispanoamericano y del reconocimiento de que el área al sur de Brasil requería mayores defensas militares en vista de las invasiones portuguesas a lo largo de la costa norte de Brasil. El río de la plata. España también quería reducir el comercio de contrabando entre el Brasil portugués y Buenos Aires. Además, en la década de 1760, los británicos habían dejado en claro su intención de tomar las Islas Falkland (Malvinas). Aunque España presionó a los británicos para que dejaran de poseer temporalmente las islas, se hizo evidente la necesidad de un mayor control militar de la región del Atlántico Sur.

En 1776, el primer virrey de Río de la Plata, Pedro de Cevallos, llegó a Montevideo con una gran fuerza de hombres y barcos. Cevallos rechazó a los portugueses y organizó un nuevo gobierno en Buenos Aires antes de ser suplantado por otro virrey unos pocos meses después de asumir el cargo. Los virreyes que siguieron a Cevallos: Juan José de Vértiz y Salcedo (1778–84), Nicolás Francisco Cristóbal del Campo, marqués de Loreto (1784–89) y Nicolás de Arredondo (1789–95), administraron bien la región, al igual que cuatro. otros que sirvieron brevemente entre 1795 y 1804. Durante estos años, el virreinato en general y la ciudad de Buenos Aires en particular se convirtieron en una avanzada floreciente del imperio español. La plata de las minas de Potosí, previamente exportada a través de Perú, fue enviada a través de Buenos Aires. Creció una enorme demanda de carne salada, especialmente en Cuba y Brasil y otras áreas donde los esclavos se alimentaban a bajo precio, lo que provocó una era de prosperidad sin precedentes para la industria ganadera de las pampas. Los cueros y otros productos ganaderos también trajeron riqueza a Buenos Aires.

En 1804 Rafael, marqués de Sobremonte, asumió el cargo virreinal. Dos veces (1806, 1807) durante su mandato, los británicos invadieron, y dos veces huyó. La población criolla de Buenos Aires luchó con éxito contra los invasores en ambas ocasiones, en el proceso ganando confianza en su capacidad para gobernarse y defenderse. En 1810, los criollos crearon una junta provisional y exiliaron al virrey a las Islas Canarias, poniendo fin al Virreinato del Río de la Plata y lanzando el movimiento de independencia.

Autor: Black

Recursos

Notas y Referencias

  1. Información sobre Virreinato del Río de la Plata de la Enciclopedia Encarta

Véase También

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